miércoles, 23 de junio de 2010

Buenas Gente como les va ? ? En esta ocasión les quiero postear un cuento de un escritor que me gusta mucho y que hace rato les quiero mostrar, Elias Chucair. Siempre que me siento lejos de mi patagonia natal y la familia,(como por ejemplo en el día del padre) releo algo de él, xq Elias refleja como pocos el sentir del habitante patagónico y del descendiente de inmigrantes libaneses, abajo les dejo un cuento que elegí pensando en mi viejo, un hombre plagado de virtudes y desprovisto de cabellera, que al igual que el protagonista del relato, no hace distinciones de especies a la hora de querer.

Feliz día Zheimer, juro que el que viene si.

La ultima visita.

de Elias Chucair 1

Las primeras sombras del atardecer amenazaban caer sobre la débil claridad de aquel frío día de julio, cuando camión se detuvo frente a la puerta principal del hospital del pequeño pueblo.
Los tres hombres que descendieron del vehículo ingresaron preocupadamente al nosocomio y momentos después levantaban la lona que caía sobre la compuerta de la caja del camión.
Una camilla recibió a un hombre que venia acostado sobre un deteriorado colchón de y cubierto con un viejo quillango de cueros de chivos.
-Menos mal que a eso del mediodía pasó el bolichero de Cabresto Quemao y nos trajo de puro gaucho, sino el viejo se nos moría en el rancho nomás . . . Estaba muy grave y hacia ya varias semanas que no podía ponerse de pie siquiera.
Así dijo uno de los dos muchachones que acompañaban al enfermo. Eran sus hijos. Los únicos familiares que le quedaban al anciano que venia debatieédose entre la vida y la muerte.
Cuando el vehículo ya estaba en marcha para alejarse del sitio, imprevistamente apareció en el lugar, bañado en sudor y mostrando las huellas del intenso cansancio, uno de los perros del viejo. El Taura, como lo llamaban.
Desesperado por ver a su amo, pretendía infructuosamente trepar por la culata del camión; pero a sus patas ya no le quedaban fuerzas para realizar ese ultimo esfuerzo y tras cada intento caía desfallecido en el suelo, pero no cedía.
El viejo ya estaba en el interior del hospital y en la vereda el hombre y los dos muchachones no salían de su asombro y admiracíon observando al perro, que siguiendo a su amo había recorrido las doce largas leguas que separan el rancho del pueblo, sin perder de vista al vehículo.
Jadeante y tembloroso, con la lengua afuera y los ojos hundidos por el agotamiento, miraba a los hombres como si los interrogara.
Quería arrancarles una respuesta acerca de su amo. Su esfuerzo matador y su lealtad incondicional reclamaban por lo menos esa recompensa; pero sus interrogantes parecían que caían en el vacío . . .
El silencio por respuesta hablaba de la gravedad del caso.
Como en las reglamentaciones y disposiciones que rigen el funcionamiento de esta clase de establecimientos de recuperacíon de la salud no se considera ni se preveen estas circunstancias muy especiales de perros que quieren ver a sus amos, El Taura tenía prohibida la entrada y entonces se vio obligado a merodear alrededor del hospital, como un perro mas de esos tantos atorrantes que abundan en el pueblo-
Quien lo observaba detenidamente, aquel animal parecía ni mas ni menos que una persona que caminaba nerviosamente de un lado hacia otro, con una carga de preocupación encima, como esperando que alguien le acercara una noticia o le brindara el privilegio de franquear la puerta del hospital para ver, por un instante al menos, a su compañero y amigo de tantos años.
Tres días después, trotaba tristemente y con la cabeza gacha, mostrando signos de abatimiento atrás del vehículo que llevaba los restos de su amo al cementerio y no se perdió detalles del entierro, como si quisiera grabarse para siempre en su retinas aquellos instantes significaban el punto final den el ciclo de una vida.
Los hijos del viejo no encontraron la forma de lograr que el perro regresara con ellos al campo; y desde ese día El Taura se convirtio en un perro más, de esos tantos perros sin duelo que andan recorriendo las calles y los baldíos en busca de algún hueso con algo, que le sirva para probar la fuerza de sus dientes y mantenerse viviendo.
Una tarde el sepulturero, que ya lo conocía a El Taura, por las reiteradas visitas que efectuaba a la tumba de su amo, lo encontró muerto en la puerta del cementerio . . .
Sin lugar a dudas, intentaba realizar su visita de costumbre.

1 Escritor y Poeta Patagonico, nacido en Ingeniero Jacobacci, descendiente de Libaneses.

Hasta la próxima Gente ! ! !

P.D: Que tremendo lo de Bariloche, no ? ? ? La mierda, que errados andamos todos . . .

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